Entrábamos en un mausoleo de cara al Sol sin saber por dónde nos venía el aire, la exaltación a la bandera en el pasillo, nos llamaba la atención. Tengo que decir que los maestros nunca nos aleccionaron con las bonanzas de la dictadura.
Ese era el espíritu que se respiraba, pero nosotros estábamos pensando más en ir hacer cabañas a la Medina que hacer caso a la exaltación. Si nos mandaban pintar una cartulina de exaltación a la dictadura, lo hacíamos con tinta roja para cumplir el expediente y para que los maestros respiraran tranquilos.
La crónica poética de la escuela se encontraba en la estufa y sus cercanías, en las viandas, en las castañas y bellotas para asar, en la leche americana, y el ir a clase con un fajo de ramas para la estufa porque los fondos no llegaban para más. De simbología máxima, ese tintero pendenciero de tinta rellenable y los plumines, que nos acompañaban en el pupitre y que formaban parte de las escrituras del mundo.
La disciplinada rondaba a la enseñanza, por eso, por los colegios que pasaban los alumnos del pueblo, les reconocían la buena preparación que portaban esos jóvenes. La clase de religión semanal que nos daba mosén Alejandro, e ir los sábados a confesar en fila a San Martín, era un proceso que nos hacía más santos,... caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,... los dones del Espíritu Santo que aprendí de memoria en esas clases y que nunca se me olvidaron.
Escuela de grandes ventanales que se construyó en 1928 porque la cultura y las ganas de aprender merecían ese aporte en Uncastillo.
Los pinos que plantamos en el recreo, que ya no están, eran un ejemplo de supervivencia en aquellos años, teníamos que transportar el agua para regarlos con las soperas de la leche americana,... un esfuerzo por amor a las plantas.
La escuela, cercana a las eras y la trilla, a la dula de las cabras, y a las segadoras viejas de la herrería de Garín, continua con su vida de docencia por los tiempos.
Con respeto.
Chavierín.