Tengo que reconocer que mi generación creció al albur de la música de los Beatles. Sus baladas siempre callejearon por los principios de la sinfonola y los tocadiscos de pipete y modernidad, y nos influyeron en nuestras costumbres y forma de vestir. Las patillas largas y el pantalón campanero daban fe de la rebeldía que se estilaba en aquellos años, para volar más allá del Nodo de los cines Paradise y de las revistas de la elegancia de entonces.
Recuerdo que en un viaje que hice a Italia con el colegio en el año setenta, cuando tenía catorce o quince años, la cinta que llevábamos de los Beatles en el autobús sonaba de forma continua hasta el punto de desesperar a los rectores que no comprendían esa devoción a ese grupo ingles, y es que,... no éramos jóvenes para cantar La Flor de la Canela, cierta rebeldía portábamos ya. Allí comenzó mi relación musical con las baladas de los Beatles por la autopista de Sol camino de Roma, y siempre que suena alguna canción, me transporta a esos lugares.
Somos fans de sus canciones. Las portadas de los discos del Sargent Pepper's Lonely y Hearts Club Band, junto con la portada del paso de peatones de Abbey Road de los artistas, llenaron nuestras discoteca y nos hacían modernos e importantes en medio de los controles de la guardia civil. Guitarreras convertimos a muchas de sus canciones de entonación, como la ínclita Hey You, tocada y cantada hasta la saciedad en nuestra vida social, Lady Madonna,... Let it be,... Yesterday,... Michelle,... Across the Universe,... Ob-La-Di- Ob-La-Da,... y la rompedora Yellow Submarine, junto con muchas más. En ese universo musical tuvimos la suerte de vivir.
El domingo pasado asistí al concierto de Candle Ligtht de violines y violas que interpretaban algunas de las canciones de los Beatles en un marco idílico a la luz de unas velas. Ni que decir tiene que el buen hacer de los músicos convirtió ese encuentro en un mundo de placidez, con la gente atenta y silenciosa, en un homenaje a tantos años de agradecimiento a esos chicos de La Caverna de Liverpool.
Lo instrumentos empleados, los violines y las violas, eran los adecuados para dejar los sentimientos a flor de piel, en un marco de salud emocional del que quizá estemos escasos en este país. Todos estábamos en ese mundo musical, suave, delicado, deseando que todo sea como suenan las notas,... allí no cabía la maldad. El concierto acabó cantando todos a coro el final de la canción Hey You,... Naa, na, na, na, na,,,, na, na, na, na,...
A veces echamos en falta estos momentos místicos de paz con el mundo.
Somos hijos musicales de los Beatles,... con ellos crecimos,... y mociamos,... y nos hicimos mayores.
Nuestra vida.
Chavierín.