Esta vez toca volver a los principios para hacer escritura.
Remiso y obediente a la vez, con pocas ganas, obedecí a la insistente búsqueda de mosen Alejandro y allá que fui a ponerme el roquete y la sotana para cantar salmos, la familia Esporrín había encargado ese lunes una misa cantada.
Años de siervos y parteneres con la iglesia, el oficio de monaguillo estaba bien visto en las familias para no dar que hablar a la autoridad y, si encima te postulabas en el coro salmodiando con buenas maneras, mejor que mejor. Mientras pasabas las hojas de los libros en latín, sin saber lo que decían, el piano pausado acompañaba el canto, era el cabodaño de algún familiar que seguramente estaba ya en el paraíso,...
.... reeequiem aeternam lucea teis....
La salmodia estaba patente por todos los lados del coro, sobresaliendo el facistol, la peana que sostenía esos libros inmensos llenos de alabanzas al señor como si de una pirámide egipcia se tratara, era el monumento propio de las grandes iglesias a las que rodeaba un festín de sillares con gravados de madera de las épocas medievales. ¡Qué sé yo cuantas manos habrán consultado esos libros a lo largo de los años!,... más de un clérigo se habrá untado los dedos con saliva para pasar las hojas,... ¡ igual nos queda algún caso de fechoría como el Nombre de la Rosa para investigar !,... ¡ todo podía caber !,... ¡ no lo sé !...
.... quizá los libros eran su piedra filosofal....
Por haber nacido en un pueblo medieval lleno de iglesias en abundancia y haber observado de cerca las salas capitulares llenas de libros de piel de cabra, tengo una predilección hacia los libros antiguos y la tranquilidad de escritura al calor de una vela que representaban esos momentos. Me llama la atención esa costumbre de plasmar en las hojas lo que su sensibilidad monacal les dictaba al abrigo del brasero.
Y es que la escritura trasciende al paso de los años, miles de relatos han llenado siempre las estanterías de las hogares del mundo, los doctos escritores de renombre han inundado con su sapiencia, historias y aventuras que se leen y releen aunque pasen las generaciones. Lo bueno es que la gente reconoce su trabajo, escribieron cosas bellas. Los clásicos de Austral afloraron en las escuelas y nos imbuimos bien de los Pio Baroja y Esproncedas de renombre,... conocimos todas esas generaciones de escritores. Ahora las librerías rebosan de historias del siglo XX, las novelas y relatos de las grandes guerras y la guerra civil española, copan los espacios porque tienen muchas cosas que contar.
.... el esplendor....
Observo un respeto sagrado hacia los libros. En todas entrevistas realizadas a un personaje de renombre le acompañan a sus espaldas, las estanterías repletas de libros, clásicos y modernos, lo que da a entender, que tener un libro te sitúa en el lugar de la cultura y la sensibilidad.
Ahora, con los avances modernos de internet, las enciclopedias han dejado su impronta de utilidad, toda información que quieras tener la encuentras en el celular, pero, actuando como los antiguos clérigos, las guardas en tu librería porque son parte de tu familia,... siempre te han acompañado.
Hoy en día no hay familia que no tenga varios cientos de libros en su casa, lo que da fe, de que la educación y la altura de miras de la España que interesa, no ha caído en saco roto.
Me despido con este ceremonial desde el coro de San Martín, para hacer ver a los clérigos que seguimos con sus costumbres y los guardamos en una urna de cristal.
Una verdad como un templo, Don Emilio.
Chavierín.
¡Buen engarce de los tiempos de infancia con la situación actual, en lo que al mundo de los libros y la literatura se refiere!
ResponderEliminarTe apoyas de una forma muy original en tus vivencias como monaguillo y poco a poco vas conformando el mensaje final a transmitir: el respeto a los libros y a la cultura y cómo las experiencias primigenias conforman una inclinación que perdura en el tiempo.
A la vista de cómo hemos evolucionado en el plano personal e intelectual, está claro que los libros de piel de cabra bien nos sirvieron de icono, de imagen reveladora de la importancia y la trascendencia de la lectura como vía de formación, reflexión y autoayuda.
Un abrazo, sr. cronista. Y enhorabuena por tus acertadísimos artículos.
JL