LA PAREJA DE LA GUARDIA CIVIL
Suerte habíamos tenido aquella mañana camino de la finca. Al parase mi padre en el camino a mirar un cepo que había plantado el día anterior, descubrió que había caído un conejillo en la trampa, contentos marchamos los dos hasta el corral con el resultado de la caza,... ese día tendríamos para comer rancho con conejo.
Visita a la cocina de la cabaña para dejar en la fresquera el animal, y raudos fuimos a descargar a un campo cercano, dos sacos de mineral que llevaban las caballerías, y cual no sería nuestra sorpresa, cuando al volver a la cabaña, nos encontramos en la puerta con la pareja de la guardia civil. Mi padre tembloroso, digo yo que preocupado, había dejado el cepo a la entrada, lleno de sangre del animal. Los guardias civiles miraron para otro lado y el día siguió con normalidad. Mi padre más de una vez les firmaba el recorrido aunque estuvieran en el Loreto.
.... anecdotario puntual en la Val de Ubio ....
Estas eran las faenas de obediencia con mi padre. Un padre valiente y aguerrido que se enfrentaba solo a la siembra de un corral de treinta y cuatro cargas de trigo y cebada, repartidas en dos añadas. Nunca le desobedecí.
La lejanía marcaba el sacrificio y la disciplina. Dedicaba entre ir y venir a la finca tres horas, por eso, en tiempos de labranza y cosecha, el quedarse en la cabaña a dormir era lo que se estilaba. Era un trabajo de autosuficiencia. En mis primeros años, mi padre labraba los campos como un San Isidro, los preparaban para el año siguiente, segaba a mano y trillaba en la era, como en las estampas de la Biblia. El viento era el aliado,... y el llenado de sacos de trigo al final de la jornada, importante, para dormir con satisfacción. Tengo que comentar que mi padre vivía por esas fechas, en una cierta tensión por las tormentas de verano,... alguna vez todo el esfuerzo de un año se lo llevó la intemperie.
Años más tarde, mi padre hizo uso de la cosechadora para quitarse el esfuerzo de la siega y solo continuó con la siembra y labranza con las caballerías. Hacer líneas de labranza en esos campos tan grandes, era un trabajo que requería mucha predisposición que él asumía con normalidad.
Tierra ruda de rejas y vertederas a la que dieron vida estos hombres acostumbrados a sufrir.
Yo siempre admiré su constancia y sé que disfrutaba con mi compañía.
Esta senda me tocó vivir, camino de la modernidad, abandonando la tradición y dejando que la maquinaria nos ganara la partida.
Mi padre se merecía estos adelantos.
Prepararé una senda más,... en un último capítulo.
Con respeto....
Cavierín.